viernes, febrero 15, 2008

JULIO RAMÓN RIBEYRO - CUENTISTA PERUANO


Autor de la Fotografia: Ana Cecilia Gonzales-Vigil (Perú)

Biografía
Mientras el invierno de agosto torna gris el cielo limeño y el frío y la neblina humedecen la costa peruana, en un rincón de la capital, nace Julio Ramón Ribeyro una tarde de 1929 ante la alegría familiar, que no imagina que se convertirá en uno de los escritores peruanos más grandes de nuestro siglo.
Venido de una típica familia de clase media, no pasa mayores apuros económicos y afectivos durante su niñez.
"Tenía una relación muy armoniosa con mis padres y hermanos, tuve una infancia feliz. Entre hermanos éramos muy unidos. Sobre todo me llevaba bien con el mayor con quien asistía al mismo colegio, teníamos los mismos amigos, compartíamos juegos, viajes, aventuras, etc. No me quejo, fue un ambiente despreocupado y sin apuros".
Pronto el joven Ribeyro da muestras de su apego a las Letras, y ya para entonces afloran en su mente los primeros cuentos y relatos propios de su edad, ante el estupor de su familia que no ve con buenos ojos que se dedique a la literatura, quienes consideran que el oficio de escritor es denigrante y deshonroso. Para ellos la carrera de Derecho da mayor estatus y la seguridad de un futuro promisorio.
Sin embargo, estas contradicciones no son impedimento para que Julio Ramón Ribeyro pronto se vea involucrado en un círculo de escritores, que suelen publicar sus obras y obsequiarlas generalmente a sus amigos y familiares, además de presentarlas en bohemios lugares de la ciudad. Fue allí donde Ribeyro comenzó en realidad su carrera literaria, frecuentando estos lugares donde sus cuentos y relatos eran escuchados con suma atención por los concurrentes que, en su mayoría, eran poetas, novelistas, cuentistas, etc.
El especial carácter de Julio Ramón Ribeyro tal como los personajes de sus escritos, lo aleja del protagonismo; acostumbrado a una existencia algo marginal que en cierto modo privilegia. Es por eso que toma la decisión de separarse de los círculos literarios limeños y sacudirse de lo que más detesta: La popularidad, la fama.
"Me molesta la fama en parte porque no me permite pasar desapercibido, me saca del anonimato en el cual me gusta vivir".
Enrumba entonces a Europa trasladándose de un país a otro sin establecerse en un sólo sitio, pasando las desventuras y miserias que significa estar alejado de su patria, sin conocer a nadie aislado por el idioma en un itinerario que incluye Francia, Alemania, Bélgica y España.

Finalmente se afinca en París, Francia. Es el inicio de la década de los sesenta cuando entra a trabajar como periodista en la Agencia France-Press, donde permanece hasta 1971, año en que es nombrado Consejero Cultural del Perú ante la Unesco.

Su vida transcurre entre París y Lima, específicamente en el distrito de Barranco, donde, cada vez que visita el Perú, suele recorrer sus antiguas casonas y tradicionales callejuelas junto a sus mejores amigos, envuelto en largas tertulias, para luego enfrentarse a la máquina de escribir.

En 1974 se le detecta cáncer, enfermedad ocasionada claramente por su adicción al cigarro, amigo inseparable en largas jornadas de creatividad e ingenio que concluyen en cuentos y relatos que trasuntan lo inimaginable. Sobreviviente de recaídas y cirugías mayores, los dos últimos años son sin embargo los más felices de su vida, que se apagó el 4 de diciembre de 1994, días después de obtener el premio Juan Rulfo, para muchos el más importante en habla castellana, distinción que reafirma la resonancia de su obra no sólo para los peruanos sino para todos los hablantes en lengua española.

El presidente de México por esa época, Carlos Salinas de Gortari, en vano lo esperó para el develamiento de la efigie con el busto del reciente ganador del premio. Su salud se hallaba demasiada quebrantada como para realizar el largo viaje a tierras aztecas. En su lugar, estuvieron presentes en el acto su esposa Alida Cordero y su hijo Julio.
Su Obra ...
Julio Ramón Ribeyro es un modelo de control artístico y de profundidad, de densidad simbólica, de buen uso de recursos y técnicas narrativas, destacándose en el retrato de personajes impregnados de sus peculiaridades más íntimas, con especial predilección por los marginados y fracasados, víctimas de un orden social que aniquila toda individualidad.

Entre su obra destacan:

"Los gallinazos sin plumas" ( 1955)
"Cuentos de circunstancias" (1958)
"Las botellas y los hombres" (1964)
"La palabra del mudo" (recapitulación de cuentos, 1973)
"Tres historias sublevantes" (relatos, 1964)

En todas ellas, Ribeyro se detiene y analiza a la clase media a la que él perteneció, con todas sus características: el desencanto, la lucha por la supervivencia cotidiana, la frustración, los sueños no realizados, etc.

"Un cuento, gracias a su brevedad, puede concebirse en su totalidad. El punto de partida es muy variado: una experiencia que me haya sucedido o impresionado, una conversación que escuché de casualidad, una lectura o un sueño. En realidad no hay una receta mágica".

Si bien es cierto que a Ribeyro se le considera un cuentista por antonomasia, sus trabajos no se alejan del genero novelístico. Dentro de ese género encontramos :

"Crónica de San Gabriel" (escrita durante su estadía en Munich, Alemania)
"Los geniecillos dominicales"

"Mis novelas parten de un relato que se va prolongando y creciendo hasta formar una novela. Lo que me parece interesante en este caso, es partir de lo desconocido.."
Otras obras de gran importancia en su quehacer literario y que han sido catalogadas como los diarios íntimos de todas sus vivencias, las observaciones perspicaces de su entorno, una especie de autorretrato espiritual que reflexiona sobre las grandezas y vicisitudes de la vida, de su vida, son:

"Las prosas apátridas"
"La tentación del fracaso" (diario personal)
"Dichos de Luder" (recopilación)


ediciones y comentarios

La voz de los desheredados. Por Gualberto Baña, 4 de agosto del 2001.
Crónica de San Gabriel (1960). Novela.
San Gabriel es un hacienda en el interior del Perú. A ella acude, por razones familiares, un adolescente criado en la capital. «Pero San Gabriel no es un casa, como tú crees», le advierte Jacinto, «el loco» de la familia, «ni un pueblo. Es una selva». Y, de hecho, en contra de toda expectativa, lo que encuentra Lucho en ese mundo rural, de mucha generaciones de terratenientes, es una comunidad que, como toda comunidad cerrada y aislada por mucho tiempo, «con sólo respirar el aire, se envenena» y en la que «el pez más grande se come al chico» y «los débiles no tienen derecho a vivir»…

Pese a la atracción que ejerce sobre él su prima Leticia, mala y perversa, Lucho empezará a sentir el peso de las miserias amorosas, las intrigas, las rivalidades, los engaños y la saña gratuita con los que se entretienen sus parientes del campo. Sólo el gran terremoto hará tambalear ese mundo hasta entonces indemne y, una vez «abierta la brecha, unas llaman a otras y pronto son legión».
“Escribí "Crónica de San Gabriel" cuando me encontraba viviendo solo en Munich (Alemania), sin saber alemán y en una pensión en donde era imposible comunicarse por desconocer el idioma, tampoco salía a la calle por el frío polar imperante...comencé pues a escribir para salirme del entorno en el que vivía e imaginar todo el tiempo pasando unas plácidas vacaciones en la sierra peruana. Claro que no sabía entonces que escribía una novela, sino me divertía recordando algo ameno para olvidar algo adverso”. (J.R. Ribeyro)

Las botellas y los hombres (1964). Cuento.

“... Pero si hay un cuento, una pieza divertida sobre los mundos y los afectos que destilan las botellas, esa es la titulada Las botellas y los hombres, del peruano Julio Ramón Ribeyro, capaz de beberse una licorería y caer de pie. Divertido y penetrante, el peruano nos relata el encuentro entre un padre y un hijo después de ocho años. Un padre arrancado del festín de la vida y con ganas de parranda y un hijo maquillado por el brillo del dinero y acomplejado de progenitor. Los vapores del alcohol aproximarán sus corazones para después repelerse” (Bob Hunter, Qué Leer, 4 de julio de 2001)

Los cautivos (1972). Cuento.
“Las cosas andan mal Rosa cuando hoy subiste a la oficina y te quitaste la boina con desgano y tu abrigo con muchísima pena y tu bufanda como si fuera tu propio sudario y entre el ruido de los teletipos miraste sin ánimo los papeles que te esperaban por traducir siempre los mismos la Bolsa de París las cotizaciones de Wall Street el mercado del café y otros asuntos que hacen la fortuna o la desventura de muchos y de los cuales eres tú desde hace tantísimos años el anónimo escribano tú Rosa (...)” Carmelo Rosa en los Cautivos de Julio Ribeyro.
La caza sutil (1975). Ensayo.
Cambio de guardia (1976). Novela.
Cuando un general se adueña del poder mediante un golpe de Estado nace el tirano que se dispone a cambiar radicalmente no sólo la vida política de un país, sino también la actividad cotidiana colectiva y privada de toda una comunidad de individuos que a lo mejor nunca pensaron en verse metidos en líos. Así es como un pobre vendedor de dulces, un humilde turronero criollo que lleva una existencia anónima y miserable, acaba siendo juzgado y condenado a muerte en extrañas circunstancias. Y todo porque gente tan importante y poderosa como un general ambicioso, un ministro mezquino y un funcionario corrupto, a los que jamás le ha unido vínculo aparente alguno, le envuelven a pesar suyo en una enmarañada intriga. Cambio de guardia cuenta cómo el azar que gobierna la historia de una nación termina también gobernando, mediante un complejo sistema de engranajes, la peripecia individual de cualquiera de sus habitantes.
Silvio en el rosedal (1977). Cuento.
“Julio Ramón Ribeyro es uno de los cuentistas más admirados hoy de la literatura en lengua española. Los relatos aquí reunidos constituyen algo así como la esencia misma de su extensa obra como cuentista, hoy ya convertida en obra clásica de la literatura contemporánea. Ribeyro acostumbra a colocar a sus personajes en situación, primero, de inaprensible desconcierto y, luego, de inevitable asombro. Lo fantástico se desliza casi desapercibido por detrás de escenarios y circunstancias que suelen pertenecer a la vida cotidiana, a una existencia en principio sin sorpresas pero que, en realidad, parece asentarse sobre inesperadas tierras movedizas que la condenan a un permanente, aunque latente, estado de inquietud. Nada es lo que aparenta ser, y lo que es puede dejar de serlo en cualquier instante, por cualquier capricho del azar -o del escritor, quien incita así al lector a jugar con las piruetas de su propia imaginación.
Prosas apátridas (1975; 1986). (Sin clasificación)
Desde el bohemio hasta el hombre casado y padre de familia, todo, casi todo, en la vida de Julio Ramón Ribeyro ha ocurrido como tratando de destruir al escritor que hay en él y nada, sin embargo, ha logrado destruirlo: su silenciosa terquedad creadora ha alcanzado, absurdamente, el fruto que le estaba estrictamente prohibido, la Obra. Lentamente, casi a pesar suyo, ésta ha ido cobrando volumen, peso. Hoy, sus cuentos están reunidos, en Perú, en tres extensos volúmenes de los cuales se publicó, en España, una selección con el título de Juventud en la otra ribera (Argos Vergara, 1982); dos de sus tres novelas, Crónica de San Gabriel y Los geniecillos dominicales, están publicadas por Tusquets en su colección “Andanzas”; y estas Prosas apátridas, que aparecieron en esta colección en 1975, vuelven a la luz, aumentadas y, al parecer del autor, finalmente completas, con 111 prosas más.

¿Qué son estas Prosas apátridas? ¿Son apuntes sueltos, páginas de un diario íntimo, una filosofía de bolsillo? Posiblemente son todo eso y más; pero sobre todo son un autorretrato espiritual, la esencia que una experiencia literaria filtra de su fidelidad a la vida. Varios motivos centrales evitan la dispersión de la miscelánea. Estos motivos son: la literatura, el sexo, los hijos y la vida doméstica, la vejez y la muerte, la historia, la calle como espectáculo y la ventana como observatorio de la existencia.
La tentación del fracaso (1987). Diarios.

Un amigo es alguien que conoce la canción de tu corazón y puede cantarla cuando a ti ya se te ha olvidado la letra. Los amigos desarrollan en nosotros nuestras virtudes potenciales. Una persona sin amigos corre el riesgo de no llegar jamás a conocerse. Cada amigo es un espejo que nos refracta desde un ángulo distinto. Cada amigo crea en nosotros una zona de contacto, un campo propicio al desarrollo de un determinado tipo de amistad. Es por ello que podemos tener dos amigos íntimos que no lleguen jamás a comprenderse entre sí. Perder un amigo significa muchas veces neutralizar un sector de nuestra personalidad". Julio Ramón Ribeyro. La tentación del fracaso.

Primer Acercamiento a “la tentacion del fracaso”, de Julio Ramón Ribeyro. Por Sergio R. Franco
Un Amigo de Ultratumba. Escribe Fernando Ampuero.

Sólo para Fumadores (1987). Cuento.
Dichos de Luder (1989). (Sin clasificación)
Relatos santacrucinos (1992). Cuento.

La palabra del mudo. (Recopilación de cuentos: I y II, 1973; III, 1977, y IV, 1992). Jaime Campodónico editor
La obra cuentística de Ribeyro está agrupada en La Palabra del Mudo, título que se explica, según el mismo autor, porque a través de la mayoría de sus cuentos se expresan los marginados, los olvidados, los condenados a una existencia sin sintonía porque en sus vidas están privados de la palabra. «Yo les he restituido este hálito negado y les he permitido modular sus anhelos, sus arrebatos y sus angustias», escribió el desaparecido literato. (RIBEYRO, Julio Ramón, Cuentos Populares, Munilibros 2, Municipalidad de Lima Metropolitana, Lima, 1986, p.8.)

Alegatos de la modernidad en algunos cuentos de La palabra del mudo de Julio Ramón Ribeyro. Por Adolfo J. Cisneros, Bradley University
Cuentos completos. Ed. Alfaguara. Col. Obra Reunida. 1994

“El lector tiene ante sí todos los cuentos de un narrador excepcional que, a lo largo de cuatro décadas, se ha entregado a la literatura sin aspavientos, alejado de modas y todo tipo de experimentalismos al día.” Alfredo Bryce Echenique. Contiene los libros:

Los gallinazos sin plumas
Cuentos de circunstancias
Las botellas y los hombres
Tres historias sublevantes
Los cautivos
El próximo mes me nivelo
Silvio en El Rosedal
Relatos santacrucinos

Cuentos. Ediciones Cátedra, S.A.

Esta edición recoge diecisiete relatos del autor, por donde deambulan humildes personajes desdichados, fracasados, en cuyos finales hay un deseo de incorporar cierta trascendencia o universalidad a lo relatado.


La Jornada Semanal, 5 de mayo de 1996
Fumador por vocación
Vivian Abenchuchan

Julio Ramón Ribeyro se dedicó a la escritura con el mismo placer y resignación con el que se sobrevive un vicio: sin remedio. Aunque en algún momento confesó ser un "hedonista frustrado", pues su vida siempre se sostuvo en los frágiles "umbrales de la salud", Ribeyro practicó la embriaguez moderada como método de conocimiento y la escritura como sucedáneo del tabaquismo. Su trayectoria de fumador atraviesa uno de los momentos sin duda más felices de la prosa latinoamericana: el cuento autobiográfico "Sólo para fumadores". Ahí, detrás del ácido carbónico y el humor negro que Ribeyro exhala contra sí mismo, apenas se oculta la historia de una vocación literaria asumida como una disciplina intransigente, renunciando a cualquier prestigio público e incluso a cualquier mérito. En más de una ocasión, este fumador incorregible declaró que, para él, el acto creativo había adquirido la misma naturaleza de los vicios: un hábito que luego se convierte en una enfermedad incurable, autodestructiva y fanática ("escribir es desoír el canto de sirena de la vida"), pero que se revela, al final, como la única medicina posible contra la grisura del mundo. Ribeyro no escribe por oficio, acaso ni siquiera por vocación; lo suyo es un impulso fatal, una necesidad inaplazable. Dejar de hacerlo, como dejar de fumar, le habría hecho la vida insoportablemente insípida.

Ribeyro nació en 1929, en una ciudad que aún aguardaba ser escrita. Enemigo de la crítica biográfica a lo Saint-Beuve, el autor de Los geniecillos dominicales escribió en la primera página de su autobiografía inconclusa: "Se puede ser una nulidad a pesar de una estirpe ilustre e inversamente un hombre excepcional nacido en un medio humilde e iletrado[...] Mi vida no es original ni mucho menos ejemplar y no pasa de ser una de las tantas vidas de un escritor de clase media nacido en un país latinoamericano en el siglo veinte." A cambio, Ribeyro propuso en sus Prosas apátridas una crítica que se organizara alrededor de los rostros: "Cada escritor tiene la cara de su obra." En efecto, la obra de Ribeyro, discreta e inapreciable, no merecía otro rostro que el de su autor. En las pocas fotografías que se conocen de él, siempre está de paso, como queriendo escapar de la posteridad. Flaco, débil y tímido, sus ojos guardan, en cambio, una extraordinaria viveza, inteligente y puntillosa, y sus labios delgados descubren, además del infaltable cigarrillo, una sonrisa ambigua, a un tiempo irónica y afectuosa. Además, el cuerpo enfermizo de Ribeyro siempre parece estar nadando entre sus ropas, como si la compostura, el éxito y la salud fueran camisas demasiado pequeñas e incómodas para habitar en ellas. Un día, después de haber canjeado la carrera de Derecho por la de Letras, el joven fumador decidió renunciar también a su domicilio y a su cédula profesional para recorrer mundo en busca de la página y el cigarrillo perfectos. Vivió provisionalmente en Madrid, Amsterdam, Amberes, Londres, Munich y París, con nada más que "una maleta llena de libros, una máquina de escribir y un tocadiscos portátil". Ajeno a las aventuras literarias y mercantiles del boom, Ribeyro nunca vivió de lo que escribía. A lo sumo, compró un paquete de Gitanes con lo poco que recibió en una librería de viejo por los diez ejemplares de su primer libro de cuentos, Los gallinazos sin plumas, "que un buen amigo había tenido el coraje de editar en Lima". Empleado de la Agencia France-Press por casi diez años, trabajó antes de repartidor de periódicos y después como periodista de los programas en español de una radio francesa. El introvertido escritor peruano prefería situarse detrás de la noticia, a diferencia de sus contemporáneos, quienes procuraban a toda costa tener un papel público. Guardaba la certeza de que la escritura se fundaba en su irrelevancia social, en ser tan sólo "un punto de vista, una mirada".

En buena medida, la narrativa de Ribeyro participa de ese impulso por partir, esa imposibilidad de someterse a un pasaporte único y esa irresistible disposición a pasar inadvertido. Diversidad y concentración son los signos de esa premura. En momentos en los que las novelas caudalosas y la ostentación formal recorrían las concurridas rutas del gusto editorial, Ribeyro le apostó todo su capital literario a la brevedad del cuento y la administración escrupulosa del lenguaje; en su ligero maletín sólo había espacio para lo esencial. Convencido, como tantos escritores latinoamericanos de los cincuenta, de que las ciudades existen en la medida que son narradas (los habitantes hacen y viven una ciudad, pero sólo los escritores las dotan de una segunda realidad, una dimensión perdurable), Ribeyro aceptó el desafío de fundar la geografía literaria de la Lima moderna e indagar en sus posibilidades narrativas aún inexploradas. Sin embargo, para descifrar el mensaje caótico del territorio urbano, eligió un "lente distinto" al de sus contemporáneos.

Al afán totalizador, la visión multifocal y heteróclita de los narradores del boom (eso a lo que Ribeyro llamaba el "aspecto nuevo rico" de la literatura latinoamericana), el autor peruano opuso la crónica mínima e intensa de los hechos comunes y nimios.

Como el niño del cuento "Por las azoteas", Ribeyro diseña un mundo imaginario hecho de trastos rotos e inútiles, objetos y seres que no encuentran acomodo en ningún lado, y a los que brinda una última mirada. Sus personajes forman una verdadera sociedad anónima, cuyo único capital es la aventura prometida y burlada, "el consolador mundo de la ilusión": la joven que recorre París en busca de posters turísticos para tapizar su casa y cumplir su tour imaginario alrededor de la alcoba; el educador peruano que cree vivir en París una tardía aventura amorosa que se revela como un engaño que lo conduce a la muerte; el desempleado que diseña elegantes tarjetas de presentación mientras es llevado a la cárcel por no pagar la cuenta... El antidramatismo de estas tramas radica en el doble juego de lejano acercamiento que hábilmente propone su prosa. Escéptico radical, pero nunca cínico, Ribeyro es alternativamente cruel y piadoso, corrosivo y benigno.

Autor en fuga, auténtico "pasajero en tránsito", Ribeyro se procuraba identidades y escrituras distintas. Por sus 87 cuentos (Cuentos completos, Alfaguara, 1994) transitan varios narradores, filiaciones literarias, temperaturas y temas. Cuentos rurales, fantásticos, épicos, alegóricos, urbanos, satíricos, de enigma, de infancia, "de literatos"; lo mismo acude a la crónica que a la autobiografía sesgada, a la crítica, la parábola y la fábula. No sólo eso: Ribeyro construye sus frases "palabra por palabra" buscando, con singular obstinación, trazar un camino hacia un estilo neutro, es decir, hacia la supresión de cualquier estilo.

Escribió tres novelas, algunas obras de teatro, ensayos literarios y libros de difícil clasificación, como Los dichos de Luder y Prosas apátridas. En el primero, se definió como un decidido "corredor de distancias cortas"; se trata de una colección de frases dichas por un ubicuo personaje llamado Luder, escritas sin otra conciencia que su propia celeridad. A un paso del aforismo y la anécdota inteligente, estas citas extraídas de ningún lado van dibujando la personalidad y la vida ocultas de un personaje que se ríe de sí mismo con singular desparpajo y en el que no sería raro reconocer al propio Ribeyro.

Las Prosas apátridas son, por su parte, el compendio de los muchos escritores que fue JRR, su auténtico documento de identidad. Síntesis de una personalidad huidiza, en perpetua mudanza, estas prosas carecen de "un territorio literario propio": "No son ­escribe en la 'Nota de autor'­ poemas en prosa, ni páginas de un diario íntimo, ni apuntes destinados a un posterior desarrollo." En las Prosas... Ribeyro dibuja sus pensamientos, rescata la padecería de las horas perdidas, atrapa gestos cotidianos, relata anécdotas que son trozos de cuentos, describe sueños, visiones e intuiciones; consigna las pequeñas imbecilidades del mundo; escribe ensayos instantáneos, encapsulados. El libro es, así, el continente imaginario y provisional (las Prosas... conocieron varias ediciones corregidas y aumentadas) a donde fueron a dar fragmentos y apuntes perdidizos escritos con el curso de los años, y que no hallaban alojamiento en ningún libro o género definidos. Recojo aquí la prosa 161, por tratar un asunto insignificante, de esos que le gustaban a Ribeyro, y por confirmar su certeza de que "todo tiene importancia, nada tiene importancia, aquí, ahora": "Costumbre de tirar mis colillas por el balcón, en plena Place Falguière, cuando estoy apoyado en la baranda y no hay nadie en la vereda. Por eso me irrita ver a alguien parado allí cuando voy a cumplir este gesto. '¿Qué diablos hace ese tipo metido en mi cenicero?', me pregunto."

El destino que han seguido estas Prosas... es tan extraño y paradójico como el de toda la obra de Ribeyro. En Los dichos de Luder alguien pregunta: "¿No te preocupa escribir desde hace treinta años para haber alcanzado tan minúscula celebridad?" A lo que Luder responde: "Por supuesto. Me gustaría escribir treinta años más para ser completamente desconocido." En efecto, el autor de La tentación del fracaso. Diario personal 1960-1974 quiso ser un escritor afantasmado, el volátil inquilino de sus cuentos, dispuesto a desaparecer después de haberle pagado su cuota a la ficción. Sin embargo, a fuerza de disimular su talento, Ribeyro fue surgiendo, para su sorpresa, no sólo como un maestro indiscutible del relato corto, sino como uno de los autoresmás leídos en Perú. Y fuera de Perú. Cuenta Bryce Echenique que un mercenario de la guerra de Vietnam se fue desde Birmania hasta París nada menos que a pedirle al ocupado de Ribeyro que le escribiera sus memorias, "porque de lo contrario... Decía Julio Ramón que el pistolón era de este tamaño". No es raro, entonces, que un libro tan heterodoxo como las Prosas apátridas, cuya tesitura intelectual parecía ser coto exclusivo de literatos, se haya convertido en prontuario de bolsillo de taxistas y médicos.

Enemigo de los reflectores y micrófonos, Ribeyro solía enviar a sus "representantes" (su amigo Bryce, su propio hijo o quien estuviera a la mano) a la escena, diciendo en su descargo que estaba bajo la tiranía de un severo resfriado. En noviembre de 1994 fue condecorado con el Premio Juan Rulfo, a cuya ceremonia no pudo asistir a causa de su delicado estado de salud. Su desdén por el prestigio y las aureolas había llegado demasiado lejos. Ribeyro murió pocos días después, el 4 de diciembre de ese año.

Prosas Apátridas
(fragmentos)

Los dos barrenderos franceses de la estación de metro, con sus overoles azules hablando en argot, gruñendo más bien, acerca de su trabajo. ¿En qué los ha beneficiado la Revolución Francesa? Escala ínfima de los ferroviarios. Inútil preguntarles qué opinan sobre la guerra de Vietnam o la fuerza nuclear. Son justamente los tipos que hacen fracasar los sondeos de la opinión pública. ¿Culpa de ellos? ¿culpa del sistema? Cabe pensar que la Revolución Francesa, toda revolución, no soluciona los problemas sociales sino que los transfiere de un grupo a otro no siempre minoritario. Este endoso no se produce necesariamente en el momento de la revolución, sino que puede diferirse durante años y decenios. Es cierto que 1789 produjo la burguesía más inteligente del mundo, pero al mismo tiempo miles de epiceros, de conserjes y de barrenderos de metro.

Lo fácil que es confundir cultura con erudición. La cultura en realidad no depende de la acumulación de conocimientos incluso en varias materias, sino del orden que estos conocimientos guardan en nuestra memoria y de la presencia de estos conocimientos en nuestro comportamiento.

Los conocimientos de un hombre culto pueden no ser muy numerosos, pero son armónicos, coherentes y, sobre todo, están relacionados entre sí. En el erudito, los conocimientos parecen almacenarse en tabiques separados. En el culto se distribuyen de acuerdo a un orden interior que permite su canje y su fructificación.
Sus lecturas, sus experiencias se encuentran en fermentación y engendran continuamente nueva riqueza: es como el hombre que abre una cuenta con interés. El erudito como el avaro, guarda su patrimonio en una media, en donde sólo cabe el enmohecimiento y la repetición. En el primer caso el conocimiento engendra el conocimiento. En el segundo el conocimiento se añade al conocimiento. Un hombre que conoce al dedillo todo el teatro de Beaumarchais es un erudito, pero culto es aquel que habiendo sólo leído "Las Bodas de Fígaro" se da cuenta de la relación que existe entre esta obra y la Revolución Francesa o entre su autor y los intelectuales de nuestra época. Por eso mismo, el componente de una tribu primitiva que posee el mundo en diez nociones básicas es más culto que el especialista en arte sacro bizantino que no sabe freír un par de huevos.
Dichos de Luder
(Recopilado por Julio Ramón Ribeyro)

- ¿ A qué te dedicas ahora ? -le preguntan a Luder-- Estoy inventando una nueva lengua.- ¿ Puedes darnos algunos ejemplos ?- Sí: dolor, amistad, libre...- ¡ Pero esas palabras ya existen !- Claro, pero ustedes ignoran su significado.
- Estoy preocupado - dice Luder -he leído que nuestro nuevo Presidente no fuma,ni bebe, ni juega, ni enamora.- ¿y qué ?- Me espantaría ser gobernado por un hombre que haya ganado un premio de virtud.
- Si me quejo a menudo de mis males no es para que me compadezcan – dice Luder- sino por el infinito amor que le tengo a mis semejantes. Me he dado cuenta que la gente duerme más tranquila arrullada por la música de una desgracia ajena

Ribeyro -según cuentan sus más íntimos amigos- era un hedonista confeso y frustrado. Observador irredento que tenía la capacidad de describir con asombrosa agudeza y economía de palabras lugares, hechos, y personas imborrables; los cubiertos sucios y pegoteados después de la jarana, la pelea de una pareja de enamorados en la vía pública, el pasajero que viaja a su costado en el avión, el homosexual de clase alta que trata de levantar a un sujeto en un bar de la Costa Azul.

(Recopilado de diferentes fuentes)

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Aquí estamos, en esta bella batalla de letras, de arte, trabajando desde el alma.

Abrazos querido amigo.

Juan Pomponio

oriol dijo...

Hola ¿Alida Cordero vive? ¿Vive en París? Gracias

Anónimo dijo...

y cual era la importancia de julio ramon ribeyro??

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