domingo, diciembre 11, 2011

ENRIQUE VERÁSTEGUI - ESTA NOCHE ABRIRÉ TUS SUEÑOS CON MI VIEJO ABRELATAS







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Una entrevista con Enrique Verástegui, 
por Oscar Miranda y Martín Paredes.

A fines de 1971 los lectores de poesía peruanos se vieron sacudidos por setenta páginas de versos rotundos, hermosos, plenos de intensidad y energía juvenil, de rebeldía frente a lo establecido. Con su primer libro, En los extramuros del mundo, Enrique Verástegui (Lima, 1950) se erigió como uno de los más importantes poetas de Latinoamérica, según la crítica de entonces. Un libro con el que se casaron muchos sanmarquinos. Han pasado treinta años y Verástegui, habitante de las fronteras de la lucidez, continúa edificando catedrales de versos desde su exilio interior, cada vez más ampulosas, cada vez más inexpugnables. Quehacer se reunió con él durante una larga noche de sábado en algún lugar al este de Lima.

Existe en Lima un hombre que pretende expresar por medio de un esquema lógico la estructura matemática del universo. El hombre tiene la piel oscura, los ojos achinados detrás de gafas torcidas y la cabellera desordenada como un árbol abrasado por el fuego. Por momentos, un aire de ángel maldito. A nadie debe sorprender que se imponga tan ambiciosa tarea: su vida entera está determinada por desafíos de esa naturaleza. Con su último libro, Apología pro totalidad (2001), se propone crear un álgebra del siglo XXI, fundar un nuevo tipo de ensayo que fusione las matemáticas con la creación verbal, en pos de un objetivo supremo: totalizar el conocimiento humano. Ese es Enrique Verástegui. Durante los años 70 fue considerado uno de los poetas jóvenes más importantes de Latinoamérica. Hoy tiene 51 años, una decena de libros publicados y un aura mítica que ostenta casi a su pesar, resignadamente.

Por circunstancias ajenas a su espíritu (su madre se ha establecido en Lima en la casa de sus hijas, y el poeta depende de ella en muchos sentidos) Enrique Verástegui ha dejado San Vicente de Cañete, su hábitat por muchos años, y desde hace algunos meses da vueltas como pantera enjaulada en aquella residencia de La Molina, cercada por el concreto. Como hace muchos años, se dedica exclusivamente a leer y escribir. La mayor parte del tiempo se aburre en su soledad involuntaria. Pero a veces sus ocasionales visitantes descorchan un par de botellas de tinto, encienden cigarrillos, y pone a trabajar su memoria. Y entonces Enrique Verástegui recuerda.

Recuerda por ejemplo cuando salió de Cañete, dejando atrás una adolescencia laica (fue acólito del Opus Dei a los catorce años) de basketbolista, con un hato de poemas y obras de teatro como equipaje. Su llegada a Lima, a San Marcos, a la Facultad de Economía (que el padre imponía como su lugar de estudios). Recuerda que en la mochila llegaron con él dos poemarios inéditos, «Paisaje» y «Silencio», que fueron a parar al archivo de su gran amigo Jorge Pimentel en prueba de amistad. El primero de ellos se ha perdido. «Silencio» existe aún. Si los visitantes insisten, Verástegui recordará el momento en que En los extramuros del mundo salió de las imprentas; la conmoción que produjo en los círculos literarios. Los elogios llovieron, algún crítico lo consideró un verdadero genio. Ya pertenecía al Movimiento Hora Zero, parido en los patios de la Villarreal. Cuando recuerde esos momentos Verástegui sonreirá dulcemente y en sus ojos habrá un brillo infantil.
-¿Qué unía a Hora Zero como grupo literario?
-Nos unía el amor a la poesía. La fascinación, la absoluta locura por la poesía.
-¿Por qué no seguir un camino solitario?
-Porque intentamos, y creo que lo hemos logrado, fundar una nueva poesía que no implicara la negación del individuo al interior del grupo. En Hora Zero (HZ) cada uno era consciente de que se llamaba y apellidaba de tal modo; y cada uno firmaba sus cheques con su pluma.
-Uno de los postulados básicos de HZ era el poema integral. ¿Cómo lo entendías tú?
-A mí lo que me interesaba era que funcionara el grupo. Pero cada quien escribía a su manera; por tanto el concepto de poema integral, del cual se habla bastante, lo conozco mucho después. Yo trataba de hacer poesía desde mi perspectiva.
-¿Qué los separaba de las generaciones anteriores?
-Yo no teorizo en el plano de las luchas generacionales. Entre mis amigos, que eran José Cerna (lingüista, poeta y profesor en los Estados Unidos) y Santiago López Maguiña (que es una eminencia en San Marcos), no nos interesaba para nada pelearnos con Washington Delgado o Toño Cisneros.
-¿No se pelearon con Cisneros?
-No. Pimentel se peleó con Cisneros. A nosotros nos interesaba fundar una nueva literatura y eso es lo que hemos hecho.
-¿Y cómo veías tú ese enfrentamiento?
-Yo era íntimo amigo de Pimentel y lo sigo siendo. Todos los días hablamos por teléfono, pero en HZ cada quien dispara por su lado, o para hablar en términos de marinera, cada quien baila con su pañuelo.
-Pero ¿qué pensabas del enfrentamiento?
-Lo veía con pena. Porque pensaba que la literatura debía fundarse en base a sus propios libros, no en base a la polémica.
-Treinta años después, ¿qué influencias reconoces en tu primer libro?
-A lo largo de todos mis libros de poesía, y hablo básicamente de tres libros: En los extramuros del mundo, la Ética que está conformada por cuatro volúmenes, y Ensayo sobre ingeniería, la influencia básica ha sido el griego demótico. Esto es, la literatura griega popular: Cavafis, Seferis.
-En «Monte de goce» dices que tu único predecesor es Oquendo de Amat. ¿Cuáles han sido tus referentes a lo largo de tu obra en la poesía peruana?
-A los 9 años conocía toda la poesía peruana porque había leído la antología de Salazar Bondy y Romualdo hecha en Buenos Aires (Antología general de la poesía peruana, 1957). Ahí descubrí a Vicente Azar, que ya se acerca a los 90 años, fue diplomático y ha escrito poca pero extraordinaria poesía. Su nombre es José Alvarado Sánchez.
-Dicen que Vallejo no es santo de tu devoción.
-Leí todo Vallejo en mi adolescencia.
-Pero no te gusta.
-Es que mis ensayos más difundidos en el extranjero son mis ensayos sobre Vallejo, y por algún motivo nadie los ha publicado en el Perú. Pero sí he escrito sobre Vallejo.
-¿Bien o mal?
-Bueno, le he dado la perspectiva correcta. Hice un trabajo de lingüística sobre él que tuvo mucha fortuna porque fue publicado en las mejores revistas de México, Colombia y París.
-Un trabajo de lingüística sobre Vallejo, qué ambicioso.
-En aquella época era muy ambicioso, ahora la vida me ha golpeado tanto que ya me he vuelto un pobre bohemio (sonríe).
-¿Tienes padres literarios en el Perú?
-Oquendo de Amat, básicamente. Te recito de memoria «Madre»: Tu nombre viene lento como las músicas humildes/Mi recuerdo te viste siempre de blanco/como un recreo de niños que los hombres miran desde aquí distante. El más bello poema a la madre que ha escrito un peruano. Yo fui el primero que escribió artículos pidiendo que ese poema fuera incluido en textos escolares. Incluso Ginsberg, en una entrevista que le hace Caretas quince días antes de su muerte, dice que el más grande poeta latinoamericano del siglo XX es Carlos Oquendo de Amat.
-¿Y Martín Adán?
-Martín Adán me gusta mucho. Un poco duro en su lenguaje.
-¿A qué te refieres con dureza? ¿Cuándo un poeta es duro?
-Un poeta es duro cuando no hay plasticidad en su lenguaje.
-¿Eielson?
-Eielson es un gran poeta también. Aunque me parece que pierde mucho cuando defiende descaradamente y sin sentido su homosexualidad. Me parece que ahí Eielson se desequilibra como poeta. El primer Eielson me gusta mucho, el de Reinos, el de los poemas largos y el de Habitación en Roma que es el gran libro, el de la experiencia de un peruano en Europa.
***
Allí está Verástegui, escribiendo en un rincón del Centro Federado de Economía los poemas con los que conquistaría la admiración y el aplauso unánimes. Por la época de En los extramuros... produjo también los versos de Praxis, asalto y destrucción del infierno (publicado en 1980) y algunos borradores de lo que sería su monumental Ética (compuesta por «Angelus Novus», «Monte de goce» y «Taki Onqoy», publicada a fines de los 80 y principios de los 90). Entonces vivía en la oficina de su padre (dueño de una empresa de transporte interprovincial) en la avenida Grau. Algún tiempo después pasó a convivir con una joven artista de música clásica -cuyo nombre prefiere mantener en reserva- en San Isidro. Ella es Nannerl de «Monte de goce».
En 1976 obtiene la prestigiosa beca Guggenheim y permanece un año en Europa. Según recuerda ahora, un grupo de escritores mexicanos, entre los que se encontraba José Emilio Pacheco, pidió la beca para él porque -afirma que le avergüenza decirlo- consideraban que era el mejor poeta joven de habla castellana a ambos lados del Atlántico. Con los 12 mil dólares de la beca Verástegui, ya casado y con una pequeña hija, permanece seis meses en Barcelona y seis meses en la isla de Menorca, en el Mediterráneo. Allí escribe el germen del que sería su libro El motor del deseo, un ensayo de 200 páginas sobre el sistema de producción del texto literario que, nos dice, los estudiantes leen con pasión en las universidades.
Cuando el dinero de la beca se acaba viaja a París. Una generosa familia arequipeña, así como toda la colonia intelectual peruana –estaba todo San Marcos: José y Patrick Rosas Ribeyro, Elqui Burgos, José Carlos Rodríguez, el pintor José Tang- lo apoyan económicamente. Durante los tres años y medio que permaneció en la capital francesa Verástegui vivió algunos de los momentos más felices de su existencia. Participó en un recital en homenaje a Allen Ginsberg, junto a los grandes de la generación beatnik, en el Centro de Artistas y Estudiantes Americanos de París. Colaboró en numerosas publicaciones académicas y periodísticas de América Latina y Europa. Concluyó El motor del deseo, escribió «Angelus Novus» y «Taki Onqoy», en un estado de absoluta inspiración. Iniciando la década del 80 retornó a Lima.
-Han pasado cuatro décadas desde que te iniciaste en la escritura de versos. ¿Puedes dar una definición de lo que significa para ti la poesía?
-La definición de la poesía es siempre circunstancial. Cada vez que me preguntan eso, me acuerdo del verso de Bécquer: «poesía eres tú». Ahora puedo decir que poesía es belleza, aunque en Angelus Novusantagonizo la poesía con la belleza.
-¿Crees que la poesía es algo que a uno le sucede?
-No, creo que uno hace su poesía, su destino; uno se destruye o se autoconstruye. Por eso digo que yo soy apolíneo cuando escribo la Ética. Cuando me doy cuenta que me es muy fácil escribir poesía, cuando publico En los extramuros... y tiene mucho éxito y gusta a todo el mundo, me digo ahora voy a seguir mi pensamiento y mi pensamiento era el de un joven apolíneo, que lucha por ideales, y esa es mi obra monumental.
-¿Qué necesitas para escribir poesía?
-Tengo que sentir varias percepciones. Tengo que tener las ganas de escribir un poema, tengo que investigar, tengo que hacer trabajo de campo, hablar con la gente, hacer trabajo de biblioteca, leer muchos libros. Siempre he hecho todos mis libros uniendo estas tres cosas.
-Al momento de sentarte a escribir, ¿necesitas estar en un estado especial?
-Necesito estar en un estado de gracia; estar tranquilo mentalmente pero espiritualmente bullente.
-¿Y cómo llegas a ese estado?
-Sé que entre los jóvenes se utiliza mucho la marihuana para inspirarse. Aunque yo sé que la marihuana impide escribir, pero los jóvenes siguen a Aldous Huxley. Yo no necesito de ningún estímulo exterior, necesito que mi conciencia actúe frente a un hecho y unifico esos tres estados: el estado espiritual, el de trabajo de campo y el trabajo de biblioteca para producir un poema.
-Ya que tocas el tema de los estímulos, ¿en algún momento pensaste que a través de esos estímulos podías escribir mejor? ¿Los utilizaste?
-No, siempre me pareció que lo racional era lo correcto. Que los estímulos químicos o sicodélicos no eran estímulos correctos para escribir poesía.
-¿No probaste LSD?
-No, nunca lo he probado.
-¿Cuál ha sido tu campo de experiencia en las drogas?
-Ninguno.
-¿No has probado marihuana tampoco?
-Bueno, una vez, pero no me gustó. Y cuando probé cocaína sentí una patada en el hígado.
-¿Y el alcohol?
-Debo decir que escribí en una semana «El teorema del anarquista ilustrado», de El terceto de Lima, con una garrafa de vino, y la escribí de un solo golpe, sin una sola corrección.
-¿Tienes una disciplina de trabajo?
-Unida a la inspiración, a lo que los estudiosos de la psiquis en Estados Unidos llaman estados alterados de conciencia. Mientras escribía «Taki Onqoy», durante un invierno parisino, cuando la temperatura baja a diez grados bajo cero y uno camina sobre hielo en la calle, me faltaron cigarrillos. Entonces, como escribía fumando, bajé desesperado a buscarlos y a mitad de la calle me dí cuenta de que estaba transpirando, casi con fiebre y en mangas de camisa, ¡a diez grados bajo cero! Esa fue una experiencia de tumo, de los monjes tibetanos que se gradúan pasando una noche en las montañas del Tíbet, desnudos, con una frazada mojada que secan con el poder de su mente.
-¿Son experiencias límite?
-Experiencias límite que he tenido con la poesía. La experiencia del tantra yoga la descubrí cuando escribía «Monte de goce». Y luego, cuando escribí «Angelus Novus», sentía que levitaba.
-¿Cómo puede ser eso?
-Sentía que levitaba, y digo levitaba empleando el concepto de levitación de los viejos libros del taoísmo chino: una persona levita cuando siente que su cabeza se desprende de su cuerpo y se va hacia el cielo.
-¿Y cómo lo lograbas? ¿Bajo un estado de meditación?
-Con el estado de escribir.
-¿Ayudado por alguna sustancia?
-No. Por el estado de tensión mental al cual estoy sometido cuando me pongo a escribir. Para descansar de doce, catorce horas de escritura me recostaba en un árbol, levantaba los ojos al cielo y sentía la rotación de la tierra, o sea veía desplazarse lentamente las estrellas. A ese grado de sensibilidad he llegado cuando escribo poesía.
-¿Y cómo es la experiencia del tantra yoga?
-Consiste en potenciar el orgasmo sin eyacular, durante horas. Hay que saber hacerlo porque si lo haces mal te puede venir un fuerte dolor a los testes.
-¿Cómo volcabas esa experiencia en la escritura?
-Me estimulaba eróticamente e incluso muchas páginas las escribía desnudo, esto es, hacía el amor y luego me sentaba a la mesa y escribía inmediatamente las sensaciones que habían pasado por mi mente.
***
En 1980 apareció en la ciudad Praxis, asalto y destrucción del infierno. Escrito en la época de En los extramuros..., el libro se iba a llamar solamente Praxis pero el título creció, según cuenta el poeta, en honor del fin de la dictadura de Morales Bermúdez. Por esas épocas comenzó a trabajar en El Diario de Marka y a colaborar en algunas otras publicaciones. El periodismo desde entonces se convirtió en su única fuente de ingresos. Por esas épocas también comenzó la escritura de su diario personal, que interrumpió quince años después a raíz de la muerte de su padre. El diario quedó en 500 páginas, a la espera de ser publicado.
A mitad de la década de los 80, separado de su esposa, la también poeta Carmen Ollé, retornó al primordial San Vicente de Cañete. Fue como retroceder en el tiempo, volver a los cuidados maternos, las putamadredas paternas y la dependencia exclusiva de la familia. Desde entonces, hasta hace algunos meses en que volvió a Lima, allí permaneció exiliado. Fue desde Cañete que vio aparecer la mayor parte de sus obras. El ensayo «El motor del deseo» vio la luz pública en 1987, «Leonardo» apareció en 1988, en 1989 el primer tomo de «Angelus Novus» y al año siguiente el segundo tomo (ambos el libro primero de laÉtica). En 1991 publicó «Monte de goce» (Ética II), la novela Terceto de Lima en 1992 y «Taki Onqoy» (Ética III) en 1993. Dos años después el cuarto libro de la Ética: «Albus», luego El modelo del teorema(1997) y Ensayo sobre ingeniería. Su última obra es Apología pro totalidad, donde su ambición poética se eleva a grados inconmensurables (Verástegui pretende que se constituya simultáneamente en un libro de cosmología, lingüística, computación, economía, feminismo, poesía, novela, lógica, álgebra simbólica, «teniendo como fondo el fin y comienzo de un nuevo milenio»).
Ese es Enrique Verástegui. Dice que Vargas Llosa alabó su novela Terceto de Lima llamándola «la mejor novela peruana de los 90». Que la crítica ha situado su Ética a la altura de la obra de Dante y Pound. Allí, en su encierro en La Molina, se lamenta de que un par de conocidos suyos (el poeta Paolo de Lima y la pintora Borka Satler) perdieran un libro de ensayos de 500 páginas titulado «El saber de las rosas» en el que se ocupaba del alma humana, la poética y la poesía peruana del siglo XX, desde Vallejo y Eguren hasta los novísimos de los 90. Tiene una panza inmensa, «que me da vergüenza», dice Verástegui. Le gusta el vino («tinto seco, tiene mejor sabor»). Ya no fuma como antes. A veces ocurre como si en medio de la charla se perdiera en los intrincados recovecos de la memoria o lo ganara el desgano. Se aburre en su encierro, se siente solo. Ostenta un aura mítica pero los poetas jóvenes ya no lo visitan como antes. O ya no siente demasiadas ganas de compartir sus noches con extraños. Ha dejado Cañete y es como si hubiera cerrado una etapa en su vida, pero promete continuar levantando monumentos poéticos de gran envergadura. No deja de imaginar versos, pensar hipótesis, emprender desafíos. Algunos críticos lo consideran el más grande poeta vivo del Perú. Treinta años después de la publicación de su primer libro, Enrique Verástegui continúa escribiendo como el muchacho aquel que deslumbró a la crítica con su verso descarnado y certero, pero ha cambiado. Ahora pretende totalizar el conocimiento humano o perecer en el intento. Sus días están contados (y cantados).
-Sorprende a la gente tu interés por las matemáticas.
-Estudié economía por imposición, pero la entendí como una imposición académica. La economía me gustaba y me sigue gustando, e incluso ya en mi primer libro mi visión es económica, y eso sigue primando en toda mi obra. Las matemáticas son un placer mental que me permite reflexionar, en tanto que la poesía es un placer espiritual.
-Para algunos tu poesía es demasiado críptica; alguien decía que Enrique Verástegui escribe para sí mismo. ¿Qué les respondes?
-Nada. En realidad escribo para todo el mundo. Mi obra está escrita para ser entendida tanto por un carretillero como por un físico nuclear, y precisamente conocí a una física nuclear, Elena Cáceres, que leyó mi libro «Angelus Novus» inédito, porque ahí hay tantos elementos de física que necesitaba convalidarlos y ella lo hizo junto a sus amigos matemáticos de la UNI. Pero a pesar de ello, el libro puede ser entendido tanto por un profano como por un erudito.
-¿Cuánto de la soledad de Cañete influyó en tu obra?
-Nada. Mi obra resulta del contacto con la biblioteca, y hay bibliotecas en todas partes. Cañete lo que me ha dado es tranquilidad y también aburrimiento.
-¿No habría sido distinto de haberla construido en Lima?
-Hubiera sido distinta si el comunismo no hubiera caído, tal vez el sentido habría sido distinto. Pero dado que el comunismo cayó, he buscado mi propio sentido, dado que vivíamos en un mundo bipolar, encontré que el camino era el Renacimiento. Aunque lo encontré después de haber publicado «Monte de goce» como el estudio del pecado, «Taki Onqoy» como el estudio de la política y en términos teológicos como el libro de la redención, «Angelus Novus» como el libro de la virtud y «Albus» como el del conocimiento. Luego de haber publicado estos libros encontré que había un filósofo del Renacimiento llamado Vico que distribuyó el período feliz de la humanidad del mismo modo. O sea, la política muy atrás del hogar.
-¿Nunca te adscribiste a algún partido político?
-Todo forma parte de la leyenda y del misterio. Desde los setenta no tengo actividad política.
-¿Antes sí la tenías?
-Fui maoísta en la adolescencia. Pero no senderista sino maoísta.
-¿Y qué pensabas de Sendero en los ochenta?
-Si de algo me enorgullezco de esa época es de no haber leído nada de Abimael Guzmán. Ni a favor ni en contra. Siempre he leído las páginas culturales y eso me bastaba.
-Luego del atentado a los Estados Unidos, ¿tienes una idea de lo que va a pasar en el mundo?
-Sí, he hecho el análisis. No creo que el terrorismo sea peligro. Porque la forma en que ha atacado bin Laden, contra vidas humanas inocentes, liquida al propio terrorismo. No es la lucha de un proyecto socialista que implique la defensa de la vida, es un acto de terrorismo por terrorismo mismo.
-¿No crees, como Huntington, que el gran conflicto de este siglo va a ser el de Occidente contra el Islam?
-No creo. Occidente es muy superior al Islam y no tiene condiciones materiales para desatar un conflicto. Eso fue visto en la Guerra del Golfo, cuando Sadam Hussein no fue desembarcado de la historia porque Bush padre no se lo permitió.
-¿Qué falta en tu vida, Enrique?
-Qué faltará pues, no sé. Faltará trago. Ya la vejez...
-¿Te consideras viejo?
-No, soy joven. Lo que pasa es que he privilegiado la juventud. Publicar un libro a los 20 años y un libro monumental a los 35 años es privilegiar la juventud, y en la vejez no sé qué otro libro publicaré. Estoy lleno de inéditos. Viviré para hacer la apoteosis de mi novela «El sueño de una primavera de occidente», escrita a los 45 años. Gutiérrez ha escrito a los 60 años su Violencia del tiempo.
-¿Qué opinas de esa novela?
-Nada, muy deprimente la violencia y esas cosas.
-¿Cómo que muy deprimente?
-Claro, pues. Lo mío es diferente. Ocurre en todo el mundo y termina en Cañete.

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