DIARIO DE UN SUEÑO COLOMBIANO

Queridísimo parcelo, hago presente mi saludos desde Cali-Colombia, un salto vía Ecuador, Quito poseído de gritos de media noche, preámbulo de la tarde, en el barrio El Mariscal, cerca de la gran Av. Río Amazonas, entre la Calle Fouch , Lizardo García y Reyna Victoria, donde las rubias sollozan en muchos idiomas pasada las once y los negritos pucheros reparte el cloro al ritmo de la bulla y los porteros del club claman...-A la Orden Pana-,-¡adelante!- en medio de la noche ecuatoriana todos gritan al dictamen de los centavos de dólar que la noche os proporciona antes de dormitar el amanecer, el tumulto de la calle, las aceras brillantes por sobar el trasero narcotizado de tantas espuelas, las rizas y carcajadas, los crespos hechos, la gula, los cafés, el hedor de piernas blancas por ajustadas faldas y los pechos escotados, buena presentación como ultimo recurso cuando agobia fruncir el cejo y la sonrisa traiciona el consumo discreto de hachís o un poco más allá aspirar su clorito de cokita, la poli suele contenerse a sólo mirar para no rematar sus puestos, igual es en todo Sudamérica supongo, ya son 3 días por terminar el año, cada uno toma su rumbo, ella regresa a Tübingen-Alemania, vía Boston, dejándome como siempre pensativo, la amiga regresa con mi amigo al sur, a Perú, por Guayaquil, a disfrutar la playa de Órganos, y desde luego aprovechando mi estadía en Quito decido aventurarme al Norte, dicen que Colombia no es un destino recomendable, pues decidí sacarme el clavo y ver si es cierto.
Para el viernes 29 de diciembre, todos toman rumbos diferentes, a las once de la noche tomé el bus al norte, me senté en el sitio de la ventana, a mi lado un Señor llamado Cesar que comento que era contador y que trabajaba en Quito, y que va rumbo a San Juan de Pasto-Colombia a visitar a su esposa y sus hijas, aprovechando las vacaciones, me comentó que se enamoró de una colombiana y que el viaje era constante por los compromisos familiares, ya que el trabajo le daba lo suficiente para vivir y estar pendiente de sus obligaciones de padre y de esposo, hablamos de política regional en relación a Colombia, Ecuador y Perú, sus costumbres, el avance económico y el tema insondable de la belleza de la mujer Latina, era singular el comentario de sus conquistas y lo que el amor exige llevar a cabo dichas hazañas, mucho recuerda cuando novio fue a recoger en su auto negro a la que hoy es su esposa, a la frontera para llevarla a Quito donde tenían planeado su casamiento al día siguiente, y resulta que su Auto se malogró y en tono expresivo me dijo:
-¡Joven como si el destino quería jugarse un chasco en mi vida!- ,
-¡El motor dejo de funcionar como por arte de magia!-,
-¡Y aquella vez entendí que mi compañera y yo existíamos solos y para siempre!-,
- Nunca pensé que un cuerpo tan frágil tuviese la fuerza y los deseos de no dar marcha atrás y empujar el carro algunos tramos para unirnos para siempre.-
Yo escuchando preso de la imaginación felicitaba el hogar feliz del cual este tío disponía. En general ya había escuchado historias donde el villano suele ser el azar del destino, obviamente yo no creo en ello, pero siempre lo menciono como una novia delirante que escapa antes del amanecer, sin que la hayas domado; y mi pensamiento fue interrumpido cuando detuvieron el bus y prendieron las luces del pasillo en un reten policial, como a las dos y media de la mañana, pues no recuerdo muy bien la hora, por tanto vi que el Sr. Cesar se inclinaba sobre su cuerpo para echar mano al bolsillo de pantalón y al no encontrar, volvió al bolsillo de la camisa blanca que portaba, saco sus documentos, el Carnet de Identidad, para lo que automáticamente opté por sacar el mío de uno de los bolsillos de mi chaqueta. Abrieron la puerta del bus subiendo dos policías con uniformes verdes oscuros auscultando con sus miradas algún sospecho, era como un regimiento de doctos en el manejo psicológico de pasajeros somnolientos, uno de los polis se paro en la entrada y el otro más gorilón procedió a pedir los Carnet de identificación y como siempre los militares para demostrar su poderío, no faltó por allí en el antepenúltimo asiento un incauto indocumentado que noté por el intercambio de frases, el policía le decía:
-Baje Ud. Señor a la comisaría para hacerle algunas preguntas-, el pasajero se oponía a bajar, no se escuchaba muy bien los argumentos que este decía, insistiendo nuevamente y con voz más grave y sonora,
-¿Es Ud. refugiado o algo más, quizás acaso guerrillero de las FARC, o de pronto de algún cartel?-
El inoportuno pasajero con su silencio y sin alegatos por su estatus de indocumentado anulaba defensa alguna con sus impronunciables palabras. Pensé por un momento que el poli perdía los estribos y para hacerle referencia miró al otro policía que se abalanzaba, al cabo de algunos segundos el pasajero se levanto del asiento y con la mirada absorbida e inclinada retiró su mochila del contenedor bajo vigilancia, y bajo de ómnibus y se lo llevaron para la tortura respectiva de preguntas a la guarida de polis; al llegar a mi asiento me pidieron mis documentos de identidad y yo les enseñé mi Carnet de Inmigrante Andino más mi DNI (Documento Nacional de Identidad) y mi Carnet de Estudiante Universitario, me miraron fijamente a los ojos, yo le mire al gorilón a la defensiva y con desdeño, tenía en regla la documentación como a que no me frieguen el páncreas, el militar dijo:
- ¡Ha estudiante Peruano!-, le conteste:
-¡Así es maestrito!-,
Éste me miró asombrado, por un momento pensé que se me prendía e iba correr la misma suerte que el Señor que lo bajaron; el bus partió sin el pasajero, y al momento apagaron las luces del pasillo, me encontraba desorientado respecto a donde iba, que hacía en ese asiento conversando con esa persona extraña, el gorilón del policía, los jadeos al igual que el sonido del motor del bus, el temor circundaba como viento entrando por la rendija de la ventana opaca y el vapor del ambiente no coincidía con el cielo oscuro y gris de allá. Esa noche tuve dos sueños que mas parecían pesadillas; el primero fue la ternura inmensa que me tuvo una mujer desconocida en el Terminal de Quito, quien según recuerdo me lloro desconsolada y suplicante insistiéndome para que no viaje, ella dijo que era un lugar desconocido y peligroso y que volviese al sur, el cual desperté algo afligido y asustado, por un momento pensé en bajar del carro, el Señor Cesar quien conversaba con otra persona que estaba junto al pasillo, se volvió hacia mi diciendo:
-Ud. ronca fuerte-, mortificado le contesté,
- No me he dado cuenta, seguramente estado mal recostado-
Luego de paso le pregunte a que hora llegaríamos a Tulcán, me dijo a las 5 de la mañana e Ibarra quedo atrás; el segundo sueño fue un poco más desolado, al conciliar me hallé en un lugar desconocido donde estaba con todos mis familiares en una reunión algo festiva, rizas iban y regresaban, pero comencé apartarme, caminar sólo por un paraje sin perderlos de vista, el problema fue que una abeja me ensarto su ponzoña en mi cuello y el cual advertí con un fuerte dolor y como la alergia se ensaña con mi cuerpo, en forma progresiva comenzó a darme shock anafiláctico, comencé a caminar hacia donde ellos estaban reunidos, y caí en forma intempestiva en una ciénaga, donde el lodo llegó hasta la altura de mis hombros rodeando mi cuello y al mismo tiempo sentía asfixiarme irremediablemente y quise gritar mas no podía, intente una infinidad de veces para llamar su atención porque me estaba muriendo con la anafilaxia y el lodo entrando por mi nariz, el cansancio consumieron mis fuerzas y mis brazos acalambrados parecían una sola masa con el lodo, estaba pereciendo y yo era conciente de cada ultimo instante, sentí que todos se alejaban ignorándome, para aquel momento desperté de un salto y sofocado, he incluso desperté al Señor Cesar quien me dijo que me tranquilice, que había tenido una pesadilla, me encontraba con el corazón palpitando fuerte y de prisa y con la respiración muy ligera y rápida.
De allí hasta Tulcán no pude dormir pensé tanto en las horas felices que tuve con mis familiares entre ellos mis padres, anhelaba haberles dicho siquiera en una palabra cuanto me importaban, al igual a mi novia de quien nunca le dije a donde voy o que espere mi regreso, es cierto desprecie y desperdicié tantos abrazos y besos suyos, pues buscaba sus ojos en esa oscuridad casi absoluta anhelando ver su alma como quien quisiera dar marcha atrás retomando los momentos efímeros que hoy significaban tanto en mi vida y los pasaba como siempre inadvertidos, pensé tanto en mi ciudad y en los espacios adictos que se dan en las conversaciones, sobre todo cuando es de poesía o de la bohemia megalómana de un fin de semana o de la reunión en la casa de algún amigo, era insoportable renunciar al institucionalizado costumbrismo y a las módicas comodidades que la vida te instala, no es que peque de ingenuo pero también la aventura llama a la sangre cuando despierta el bicho de lo clandestino e inexplorado, antes de llegar a Colombia me sentía ser un guerrillero rivalizando con no mirar atrás.
Serían un cuarto para las cinco de la mañana, aún oscuro cuando el bus llegó al Terminal terrestre de Tulcán, allí se estacionó y todos esperaron que amanezca, el Sr. Cesar me comentó que la frontera en Rumichaca habrían a partir de las seis de la mañana, también me comentó que tenía que sacar los papeles para poder pasar a Colombia, ya de día y con el frío extenuante contratamos un taxi colectivo que nos llevo a la frontera por ochenta y cinco centavos de dólar, arreglé mi mochila verde en la maletera y viajamos como cuarenta minutos, quien manejaba era un persona algo mayor que dijo que el combustible para carros estaba muy escaso y que la mayor parte de vehículos Colombia pasaban a este lado de la frontera para abastecerse, se quejaba por no dar preferencia a los vehículos ecuatorianos, pues al pasar por un grifo se notaba una fila de carros de casi dos kilómetros esperando su turno al lado de la espesa montaña cortada por el asfalto.
No podía imaginar ese hermoso contraste verde oscuro en un ambiente húmedo con el cielo gris perdiéndose y apareciendo conforme el taxi avanzaba devorando la carretera, llevaba a ese destino sin nombre un desconocido obligado a seguir respirando ese aire suave, parecía todo perfecto ¿no?; y al llegar a la frontera Rumichaca (Ecuador-Colombia) en la parte ecuatoriana unos soldados del ejercito del Ecuador nos detuvieron para revisar documentos y de todos fui el único que bajo a poner en regla los documentos para poder pasar a Colombiano, el Sr. Cesar se despidió augurándome el mejor de las suertes, la gente que me acompañaba, pasaban creo en forma diaria por lo que tenían un permiso extra que les facilitaba estar como en su casa; de allí me dirigí al control de inmigración ecuatoriana, formé la cola de atención ya que yo era como la persona número sesenta, y al encargar mi sitio fui a ventanilla para reclamar una ficha para llenar los datos para que me entreguen el Carnet de Inmigrante Andino y el problema comienza cuando no quisieron entregarme dicho documento y por lo cierto no me dejaron pasar La Policía de Inmigración Ecuatoriana, por no tener el carnet de vacunación para la fiebre amarilla, pues me dijeron sus compinches camuflados que al entregar los documentos para el registro debería entremezclar allí un billete para cooperar con su corrupción, obviamente no acepte, me hicieron pasar a otra habitación para conversar con otro policía de emigraciones, para lo cual mi silencio y el rostro de incomodidad dejó mucho que desear al policía, no se atrevió a sacarme dinero y lo que me dijo en forma rotunda es de que vaya a vacunarme a la Ciudad de Tulcán y regresar con el comprobante de vacunación, y este chiste me salía algo de 18 dólares, entonces salí un rato a una playa de estacionamiento pensando en que hacer, para éste momento se me acercó uno de sus ganchos, un cocodrilo que pensó que era millonario y que cago plata, entre mí dije -Hijos de Puta- igual me sacaron 10 dólares los policías corruptos, así también para que lo agilicen mis papeles, ese baboso, me sacó hasta los últimos centavos de dólar que tenía, un poco más y me revisa si tenia algo más de sencillo entre los calzoncillos; al cruzar la frontera Rumichaca, en la Garita de Control de Inmigración Colombiana, me solicitaron mi Carnet de Identidad Nacional, la atención de una militar mujer fue muy complaciente y afectuosa, pues me entrego el Carnet de Inmigrante Andino y me dijo que tuviese bastante cuidado por las zonas donde transitase, y me sugirió que cuidase mucho de mi documentación, de allí pasé a Ipiales, donde me dejaron en el Terminal, un edificio amarillento, descolorido, de color viejo, al pasar un Señor me condujo hasta donde venden el ticket de viaje, en realidad no sabía a donde o/a que destino comprar, fue justo mis ganas de adentrarme en este país ignoto y las carreteras de asfalto bien cuidadas con el contrastado paisaje verde, mesetas, cerros lejanos, el cielo auscultado por el brillo solar y la nostalgia aventurera, pues decidí comprar los pasajes para San Juan de Pasto y lo curioso es que ya en Colombia, todos los carros(busetas de viaje), que estaban a punto de partir les faltaba un pasajero, un ayudante acomodó mis cosas en la maletera, eran sino las ocho de la mañana cuando partí; hambriento y acomodado en la tercera fila de asientos en medio de dos Señoras, la de mi izquierda una dama supongo de treinta años más o menos, de tez mediterráneos, simpática y de un aroma agradable, se mostraba silenciosa, algo interesada quizás en conversar; y la Señora de la derecha de tez trigueña con rasgos propios de la zona, se le veía un poco más joven, fue con ella con quien se estableció la comunicación, una inquietud respecto a una campiña y deseoso saber que tiempo quedaba llegar a San Juan de Pasto, más adelante me preguntaron de donde era, habían detectado mi forma de hablar, esa pronunciación impropia de la zona y mi inquietud manifiesta en el movimiento de mis zapatos como quien quisiera correr detrás del minibús, que sentado a la impresión de tan sólo mirar, la señora bonita se puso ya como papagayo y me hablaba hasta cerca de mis oídos dejándose notar su interés por ayudar a este ciervo del episodio, desfigurando cualquier intento de formalidad cuando uno se siente atado de pies y manos. Pasamos por varios pueblos, adelantando algunos camiones ataviados del brillo plateado de sus tanques, parachoques y retrovisores, en algunos de mis sueños de viaje pensé por un momento, que los chóferes eran esas mujeres hermosas de telenovelas Colombianas que suelen pasar por la televisión a la hora del lonche, me imaginaba a ellas con un sombrero de vaquero y con las mejillas manchadas de grasa, con los pantalones cortos y con botas pequeñas de cuero, gritando en el calor de la carretera con sus miradas perniciosas la seducción peligrosa de sus ojos de fuego, aún me imaginaba tirado en la vía con una armónica tocando ese tango Yira-Yira que me enseño mi Padre pensando en domar la feminidad y sus motores rugiendo en la travesía sin fin de aquellas autopistas oscuras, sin embargo me despertaban esas voces silenciosas de mis amistades accidentales, pues al observarlas nuevamente confirmaba que sus voces coincidían con sus cuerpos enroscados en los asientos de la retrocamara, no obstante estábamos atados a la velocidad inconstante en ese lapso de vida, después de todo aullaban los estómagos de todos y mis sonidos volátiles deseaban volar impregnando narices, rompiendo el asedio del momento. Iba sintiendo la distancia como soroche nupcial y la intriga aventurera me atormentaba muy a pesar que la conspiradora distancia gozaba con mi dolor, pasamos por una ciudad llamado Espino, su aspecto íntimo de alguna de las casas pintarrajeadas precisaban una belleza contrastable con el fondo verde y friolento, hubiese deseado tomarme un café bien cargado y caliente para remediar los seudo estornudos. Pasto y Cali, ciudades caras por anticipado, hermosas mujeres, con sabor cafetero, como decía Voluptuosas, de ojos grandes, y buenas curvas, inmensos muslos, pies pequeños, hablan tan rápido que se comen las palabras, pero sus rizas hacen leña los oídos, y siempre casi siempre y por seguro paran la respiración, con frecuencia, desde ese día deseo una Colombiana con pelo risueño.
Al regreso los retenes del ejercito Colombiano, en la carretera más que un dolor de cabeza es sentirse bien tener un Peruano entre ellos, visitando el convulsionado corazón de la sociedad Colocha, después de todo no existe por milagro turista alguno, y no era frecuente pasar por desapercibido, salvo por la postura mochilera, la cara sucia con la frente sudorosa, el pelo despeinado y por mi frecuente andar el cansancio de mis pasos que ocurren llamar en cierta medida la atención, ya en Pasto decidí ir a la playa de la ciudad de Tumaco en Nariño, para lo cual la lluvia tropical tomo por asalto la carretera que me llevó a ese destino, en realidad Tumaco me permitió hacer tres amistades interesantes Carlos, un buen anarquista dice adorar a albert Camus y el absurdo del extranjero, Jairo, Un Cocainómano empedernido, no necesitó del baño para el bate, soplaba como un búfalo espantado por su sombra, sólo alguien del tamaño de su propia sombra podía espantar a este flacuchento y bigotón Jairo(Ñato), y Jhonn, un Panzón que el mondongo se le creció a causa de su mujer quien fumaba airosa del calor y el sabor negro de la Salsa Colocha, todos ellos excelentes Parchadotes; no obstante llamar mi atención la presencia de esta colonia negra, las zambas y negras con perfil europeo, pero iniguales respecto a sus cuerpos esculturales, de pronto quise quedarme para siempre en Tumaco y los que más temí de Tumaco era quedarme ensañado con alguna negra que hinche mis huevos y nunca mas me las suelte, temía la cadena perpetua por mi pene entre barrotes oscuros, lo admito nuevamente, lo que más temí de Colombia es tomar un Arma y quedarme en Colombia en alguna selva irremediablemente oceánica acompañado de la mujer de mis sueños, ya el día de mis cumpleaños decidí estar sólo para meditar tantas cosas, fui caminando a un sitio a 6 Km. De Tumaco, llamado el Morro, caminé tanto, disfrute del calor tropical, del juego de miradas de muchas mujeres a mi paso, de mi cansancio, sudé como caballo entre los manglares. Aquella media mañana emnegresí de mi rostro bronceado y me sumergí por entre las piernas regordetes de algunas ancianas deseosas de venderme mangos y platanitos fritos.
Caí al mar por ocho horas inevitables atestados por mantarayas, quise dejarme arrastrar por los enjambres de espumas, nunca supe de las horas intestinas cruzando esos granos de arena que suelen sostenerme cuando recurro a los recuerdos, y al mirar el cielo supuse que parte de ella era también Peruano, tan ajeno, oculto, inspirado para plasmar un poema mojado, transparente, pensé en algún día poder hacerlo cuando cada segundo es el sonido de una cuerda de guitarra en este País Macondiano. Al final cayó devorado por el mar el sofoco del último respiro, y el sol sabio como siempre se puso a dormir en el cráneo de unos alcatraces. Mi regreso en una buseta y con el pasaje, mojo el asiento y con ello la excitación de mi compañera, su piel oscura rozaba insistente en mi pierna melancólica y luego ansiosa de aquella mujer. Aquella tarde dibujé estos versos con un color algo melancólico, supongo desteñido, pues:
Sin haber depuesto las armas de mí fe
Recorrí el prado colombiano
Este húmedo mundo de valles montañosos
Anduve tras esmeraldas
Ambicionando el color de su hiel
Así también los caminos mágicos de su destello
Tan corto me quedó el tiempo
Y escaso el aliento peregrino
Siempre aspiro el tacto suave del olvido
Y presiento con este clima
El denso legado de su belleza
Y el salvaje rugir de su selva.
Siempre pensé en no volver a casa
Y no tentar sentarme en la mesa
Disfrutando el calor y la cena familiar
No sentir en un cobijo abrigar la estela
Sospechando porqué te trata bien el amanecer
Escuchando el cortejo los mismos cánticos
Los ladridos con aromas vacilantes y tempranos
Y sin volver la vista atrás
Empacar mis sueños y recuerdos
Que de alguna manera
Ventilan las noches exhaustas de un adiós
Nunca podría abandonarte tierra descocida, encantadora, peligrosa
Un lienzo pintado por cada calle, parques, gentes, árboles, paisajes
Cada singularidad,
Hasta incluso una flor entregada por su belleza
Atascando la ruta
El cuento amargo adornado con locura.
Volver ¿para qué?
El ancla del destino perdió su curso
Divaga inconstante por el universo
Sin obedecer fortuna
Más que la pura intuición de aventura
Y el triunfo, despertar con nuevas brisas contra rostro
Que tragado por tormentas
Hacer planes en lo desconocido
Que agonizar de sedentario
Es gloria por estas carreteras
Despertar con el pecho
Las ansias de libertad
¡Rompiendo cada uno... su cruz!
Que vencido en la mediocridad
Me sentí en esta tarde
¡Infinitamente feliz!
Desangrando mi gracia
Sin embargo no he deseado volver a casa.
Por la noche con los parchadotes toco la tunda de cerveza poker, dijeron que las etiquetas de la cerveza los hacían unos minusválidos y que había que romperlos para colaborar con su trabajo, después de la tertulia, y las mujeres que no necesitaban del baño para aspirar clorhidrato, decoraban la noche con el polvo blanco sus narices.
Llamó mucha la atención una gresca entre negros, uno golpeo el rostro, y la victima saco un semejante cuchillo, el oponente corrió a su madriguera, y saco un cuchillo que más parecía machete, yo estupefacto, Carlos dijo, -¡Éste es Colombia parcelo!-,-vaya acostumbrándose parcelo- se enfrentaron en un ritual de masculinidad por dominar el pardo y el harén de negras expectantes, sobrias y ebrias, luego el machetero le tiro y reboto con el mago del pecho al suelo y nuevamente corrió a su madriguera, trajo dos botellones rotos y filudos, el negro retrocedió, al igual que la trifulca, Colombia fue ensordecido por como éstos vociferaban, después de tanto teatro, se terminaron abrazando y la sangre coaguló en sus gargantas y lenguas silenciosas por abundancia de alcohol; eso era Colombia supuse, aparte de algunos detalles que siempre suelen ser exagerados.
Con los parchadotes amanecí en la playa del morro y el mar se había derretido y se podía caminar muy adentro, pensé en la indulgencia de un tsunami, pero siempre ocurre eso por allí. Dormí tanto con la arena y su calma, me envolví con el soplo suave y algún día he pensando en regresar, para contar mi deseo.
Desde entonces extraño
Quiero a mi planeta.
Desde aquella época
Volveré con guitarra
A cantar amores lejanos
Adorando delirios.
Colombia guerrillera
Manglares y palmeras
Colombia silenciosa
Siluetas adorables
Beldades Negras.
Príncipe Proscrito
© Moshenga VIII Cabanillas Pérez, 2007
Colombia, Enero del 2007
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